×

Entrevista a Heleno Saña

Entrevista a Heleno Saña

Bernardo Álvarez-Villar entrevista al filósofo barcelonés, afincado en Alemania, Heleno Saña, con quien conversa largamente sobre su vida, su raigambre anarquista, el estado de Cataluña, España y Europa, cómo «la cultura obrera ha desaparecido, ahora es la incultura que ofrecen los medios de comunicación de masas», o la preocupación de Saña con respecto al futuro. «Vivimos en la antiilustración, estamos caminando hacia una época tenebrosa», afirma.

Heleno Saña: «La Europa cultural de la libertad y los derechos humanos se puede ir a pique en cinco minutos»

Pensador autodidacta y a contracorriente, exiliado por voluntad propia, desencantado con todas las ideologías pero firme en su compromiso con los grandes valores humanistas, Heleno Saña (Barcelona, 1930) es también un hombre de carácter y talante mediterráneo que se fue por amor a la gris y metódica Alemania, donde ya lleva sesenta años viviendo. Fue un niño de la guerra y un hijo de su tiempo. Juan Saña, su padre, fue uno de aquellos militantes anarcosindicalistas que pasaron media vida entre la cárcel, el exilio y las conspiraciones, aunque todo aquello pertenece a eso que Heleno llama «la época heroica de la lucha de clases».

«Pero yo no tengo un temple heroico», reconoce en esta conversación. Su inclinación por la vida contemplativa le llevó a apartarse de la militancia política para dedicarse al estudio y la escritura, pero sin perder nunca de vista los grandes conflictos de su tiempo: «El gran pecado de los intelectuales ha sido alejarse de los sectores menos afortunados de la población». Los más de cuarenta libros que han salido de su pluma, escritos en español y en alemán, dan testimonio de un hombre que conjuga sus inquietudes filosóficas y espirituales con una sincera preocupación por las injusticias y desigualdades sociales: Breve tratado de ética, Historia de la filosofía española, La mentira de Europa, Antropomanía: en defensa de lo humano o El capitalismo y el hombre. Todo ello aparece en esta entrevista que tuvo lugar durante una de las visitas de Heleno a Madrid para ver a sus amigos, «los pocos que me van quedando».

Está a punto de cumplir los 90, ¿cómo se encuentra?

Todos mis amigos me dicen que estoy muy bien y que sigo como siempre, pero la procesión va por dentro. Afortunadamente, no tengo grandes problemas de salud y me desenvuelvo bien. Hago una vida normal y ando mucho en Alemania. Vivo en una ciudad tranquila de provincias, de 130.000 habitantes, y no estoy en el caos de Madrid, Barcelona o las grandes ciudades. Voy bastante bien en comparación con lo que veo a mi alrededor. Vivo a dos pasos de un asilo de ancianos y veo cómo está el panorama. Esto es un privilegio que el destino me ha concedido hasta ahora, y toco madera.

¡Y sigue fumando!

Y sigo fumando. Empecé a fumar de joven y fumo desde hace sesenta o setenta años, pero no tengo ningún problema. Y fumo en pipa, que es más sano.

Y a estas alturas, ¿qué cree usted que es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?

Lo primero es que las posibilidades de decidir lo mejor que se puede hacer son cada vez más reducidas. La autodeterminación, la decisión sobre uno mismo disminuye porque la presión del mundo exterior es cada vez más fuerte. Por muchos planes que quieras hacer, te encuentras siempre con los inconvenientes y los dictados del mundo externo. Va disminuyendo la capacidad de autodeterminación de la persona y va creciendo la presión del mundo externo: la política, el mundo técnico…

¿Qué es lo más importante que ha aprendido?

He aprendido muchas cosas y sería difícil resumirlas. Quizás es un poco metafísico lo que voy a decir (Pausa). Lo más importante es elegir un tipo de vida que me permita no avergonzarme de mí mismo y que me ayude a ofrecer resistencia a los desafíos inevitables en toda vida humana.

¿Y qué es lo más valioso que ha perdido?

A mi mujer, que falleció hace siete años. Tuve la suerte de conocer a una mujer alemana en la Puerta del Sol en 1959. Fue un amor recíproco e instantáneo, y fue lo más maravilloso que podía ocurrirme. Aparte, he tenido la suerte de tener una gran madre y un gran padre. Mi padre por sus virtudes y mi madre porque era una santa. La influencia de mi madre, aunque inconsciente, ha influido mucho en mi manera de ser y en mi admiración por la mujer en general. Creo que la mujer es más humana que el hombre. En líneas generales, la mujer es superior al hombre en calidad humana.

Estuvo usted 53 años con su mujer, y a mí me cuesta pensar que alguien de mi generación pueda estar tanto tiempo con una misma persona.

Este es uno de los problemas de la vida moderna: han desaparecido, o van menguando, las relaciones estables y largas, la familia. Es todo provisional, y ya empiezan por no casarse pensando que si no funciona va a ser más fácil separarse. Es uno de los problemas que yo veo en las nuevas generaciones. La crisis de la familia y las relaciones conyugales de larga duración, desde el casamiento a la muerte, son cada vez menos. Todo es muy provisional.

¿Se puede seguir siendo anarquista a los noventa años?

Mi relación con el anarquismo ha sido muy problemática. Yo fui anarquista en la época de Franco, cuando era joven, pero me siento muy alejado de todo lo que ha sido el movimiento libertario. Tengo amigos, cada vez menos, pero no milito. No tiene nada que ver la CNT de ahora con la de antes, la CNT de la generación de mi padre, de Seguí, de Peiró y toda la gente aquella. No hay por donde cogerla, prefiero no hablar del tema.

Es inevitable preguntarle cómo ve lo que está pasando en su Cataluña natal.

Ese es un problema muy simple y muy complejo. Soy universalista. Considero que nacer en un sitio determinado es un producto del azar, no un mérito, por lo que rechazo de antemano y a priori toda posición que parta de una glorificación de la patria chica donde uno ha nacido. Ésa es mi respuesta elemental: me siento ciudadano del mundo, como los estoicos, y rechazo todo tipo de nacionalismo, y rechazo el nacionalismo catalán, como rechazo el racismo de Torra y como rechazo también el anticatalanismo.

Barcelona es una ciudad cosmopolita en la que había gente de todas las leches, de todas las partes de España. Es una ciudad que, debido a su potencia industrial, ha recibido a miles y millones de personas. Cataluña está dividida: la mitad de origen catalán y la otra mitad de origen nativo. La palabra charnego a mí me molestaba de joven, porque yo tenía amigos en el barrio que venían de Murcia o de qué sé yo. Luego tuve la suerte de venir a Madrid y aquí me sentí muy bien. Nadie me acusó de ser catalán y me identifiqué con la mentalidad madrileña. Estos líos y este racismo en Cataluña es algo que me entristece mucho, por no hablar de la violencia.

Ahora bien, yo rechazo el nacionalismo pero hay otro problema de fondo, y es el de la autodeterminación. Para mí es algo clave, sagrado para las personas, las culturas y los pueblos. Mi posición es: si un pueblo, un colectivo, pacíficamente, decide por votos declararse independiente, ese principio debe de ser respetado. Y si yo no estoy mal informado el referéndum de hace dos años, que estaba prohibido por la autoridad, fue pacífico. El hecho de que condene el nacionalismo catalán no significa que me identifique con el otro bando. Son dos posiciones antagónicas y falta la capacidad de diálogo y de compromiso. Yo soy partidario de la posición por la que optaba Pi i Margall, el federalismo: la máxima autodeterminación sin dejar de ser España. Esa era la posición de Tarradellas, que era una bellísima persona con quien tuve una relación muy cordial, y no tenía nada que ver con Torra y Puigdemont y esa gente. Cuando yo era joven el problema catalán no era como ahora y nunca me sentí tentado de militar en un movimiento catalanista. La CNT se inhibió en este tema durante la Segunda República, porque luchaba por un mundo mejor y no por nacionalismos.

¿El nacionalismo conduce inevitablemente a la violencia?

Claro. Todas las ideologías, o casi todas, desde el propio comunismo y el anarquismo también. Cuando mataban a las monjas y a los curas hubo violencia. La ideología produce, desgraciadamente, violencia. No conozco ninguna ideología que haya asumido el poder y que no haya caído en la violencia, y este es uno de los puntos débiles de la historia de la emancipación humana. Hay una dialéctica constante: los que prometen un mundo mejor y luchan contra la injusticia caen en el mismo vicio. El comunismo ruso es el ejemplo paradigmático de la degeneración de un mundo ideal en uno real de violencia y de terror.

¿Se han terminado las revoluciones?

En el sentido clásico de la palabra sí, no le veo yo futuro. A la lucha clásica contra la injusticia no le veo ninguna perspectiva, aunque a lo mejor me equivoco. Uno con la edad aprende a ser muy realista y pesimista, y el mundo está muy desquiciado. No le veo futuro a la revolución, y uno de los indicios es que estamos asistiendo en todos los países de Europa a un incremento de fuerzas populistas, racistas y nacionalistas. Aquí en España con el Vox ese, en Alemania, en Francia con Le Pen. Estamos volviendo al pasado, a lo que provocó las guerras. Por ahí empezó todo.

¿Cree que estamos condenados a repetir la historia?

No estamos condenados porque existe la posibilidad de que esto se frene antes de que pase a mayores. Pero en este momento la cultura política está por los suelos. ¡Fíjate lo que está sucediendo en España! Cuando leo la prensa percibo en cada artículo el mismo lenguaje que se reitera: con un nacionalismo y unas fobias… ¿Pero esto qué es? La convivencia política en España está por los suelos. En el Parlamento, en la dicción, en el lenguaje, en el coloquio, en el diálogo… Un lenguaje de insultos agresiones, bulos y difamaciones. En Alemania hay un mínimo nivel, no existe este desmadre de lenguaje y de conceptos. Hay un nivel de respeto, puedes disentir pero el nivel dialógico es completamente distinto. Aquí hay un radicalismo increíble, de insultos y difamaciones. Ay, españoladas…

¿Piensa que vivimos una crisis de civilización o algo parecido, una época de decadencia?

Uno de mis libros se llama sintomáticamente, y lo escribí hace veinte años, La civilización devora a sus hijos. El mundo se hunde. Europa ha dejado de ser el centro humanista y progresista que ha pretendido ser siempre y vuelve a estar en una crisis tremenda. Sin hablar de la propia organización central de la Unión Europea.

¿Y qué pasa con la clase obrera?

Está alienada. Ha perdido la conciencia de sus propios valores, con excepciones naturalmente, porque hay gente que lucha. Ahora está la CGT y sigue luchando por lo que luchaban las generaciones anteriores de la época heroica de la lucha de clases. En general, la clase obrera ha perdido la conciencia que tenía de sus valores. La cultura obrera ha desaparecido, ahora es la incultura que ofrecen los medios de comunicación de masas, empezando por la tele, que es una basura. El obrero está influenciado, quiera o no, por esta influencia masiva que emiten las pantallas, las emisoras y los periódicos.

La clase obrera está también aburguesada. El capitalismo ha logrado influenciar de mil maneras a la clase obrera. Los obreros ya no conviven en los puestos de trabajo, pero tampoco hay centros obreros donde puedan convivir y dialogar. En la época heroica de la lucha de clases los obreros trabajaban más que ahora, pero al terminar la jornada se iban a los centros y allí seguían dialogando y había una presencia continua del obrerismo en la vida pública y privada.

¿Qué piensa de Europa y de los europeos cuando ve que se deja a la deriva durante tres semanas a un barco de rescate con decenas de inmigrantes a bordo?, ¿qué dice eso de nosotros?

¡Eso es una vergüenza y una canallada! Son miserables. En cuanto a Europa, tengo que volver a recordar que uno de los libros que escribí en alemán se llamaba La mentira de Europa, un libro muy crítico escrito hace treinta años cuando Europa no atravesaba la crisis institucional que atraviesa ahora. En ese libro tiraba yo al degüello y denunciaba a Europa como un montaje alemán secundado por Francia. Pero al final un montaje alemán para que Alemania pudiera seguir viviendo de las exportaciones de productos industriales sin pagar aduana. La tragedia de Alemania es que no tiene materias primas, como sí tiene España. La génesis de la UE es un montaje de los americanos, del Vaticano y de una parte cristiana de Alemania, y fundan esto con el objetivo de que a través de la economía surjan relaciones continuas de estabilidad. La finalidad era unificar Europa a través del intercambio económico.

Pero luego te encuentras con las injusticias de la UE. Coge a un obrero español que trabaja en el campo y a un obrero alemán que trabaja en una fábrica: ocupan el mismo tiempo de trabajo, y el pobre español, griego o italiano, gana la mitad que el alemán por currelar lo mismo. Son desigualdades que Europa no ha superado. Esto fue para que los alemanes pudieran seguir exportando y mantener su hegemonía política, porque son los que cortan el bacalao.

¿Piensa que Occidente se ha traicionado a sí misma; que ha traicionado sus valores, tradición y cultura?

Europa tiene grandes valores culturales pero cada vez más condicionados desde principios del siglo pasado. La misma Europa culta de las tradiciones, el Renacimiento, la Ilustración y la herencia grecorromana se va a pique porque un payaso criminal llamado Mussolini se apodera del país facilísimamente. Toda la Europa cultural de la libertad y los derechos humanos se puede ir a pique en cinco minutos.

Estamos siempre pendientes de qué va a pasar. Lo que estamos viviendo es la negación de la mejores tradiciones humanas, culturales y políticas de Europa. Esto es la antiilustración, estamos caminando hacia una época tenebrosa. Mira a esos pobres desgraciados que están hundidos en el mar, gente que huye del terror y del hambre.

Usted conoce muy bien lo que significa ser inmigrante en un país extraño, ¿qué aprendió siendo inmigrante?, ¿cómo le recibieron?

Aprendes a ofrecer resistencia a un mundo que es en el mejor de los casos extraño, y en el peor te es hostil. Yo tuve que aprender muy pronto a ofrecer resistencia a todo lo que me molestaba de Alemania, todo lo que es negativo a mi modo de ver. Mi expatriación coincidió con la emigración masiva de españoles, y estábamos todos muy unidos.

Yo fui un poco privilegiado porque tuve la suerte de que hablaba ingles y francés, y eso me abrió muchas puertas y me permitió trabajar con los americanos o ser profesor. Los obreros lo llevaban bien y estaban unidos. El gobierno español y Caritas se ocupaban mucho de la estancia de los inmigrantes españoles, que tenían un local en todos los sitios. Hay que decirlo, lo siento mucho porque lo cortés no quita lo valiente y sería deshonesto no decirlo, pero el gobierno de Franco atendía a los inmigrantes, cosa que dejó de hacer Felipe González, que dejó a la inmigración tirada.

Mi temperamento es claramente español y ellos son distintos, ni mejor ni peor. Yo intenté no amedrentarme y defender siempre mi dignidad y mi manera de ser, que es española. España ha creado una figura literaria, que es Don Quijote, que es la obra más sublime que ha dado la literatura universal, la más leída y admirada después de la Biblia. Hay una España caballeresca, generosa, humana, y yo la defiendo y la llevo dentro. Mi último libro en alemán, que es autobiográfico, se llama Don Quijote en Alemania. Apuntes autobiográficos de un excéntrico.

Mi proceso de autodefensa frente a lo que no me gustaba de Alemania alcanzó su punto culminante cuando empecé a escribir libros en alemán. No todos mis libros en alemán versan sobre Alemania, pero cinco de ellos son libros muy críticos con Alemania. El primero se llama ¿Comprende usted Alemania?, el segundo se llama La nación acomplejada, que fue un gran éxito. Otro se llama Los alemanes: entre el lloriqueo y la megalomanía. Para mí fue una gran satisfacción poder decirles a la cara lo que pensaba de la parte oscura de Alemania. Al español trabajador no le gustaba Alemania, pero lo llevaba bien y la mayoría regresó. Aquella generación ha desaparecido en Alemania.

¿Sigue echando de menos España?

Lo que echo de menos son los pocos amigos que me van quedando y la familia que tengo en Barcelona. Y también la comida, las terrazas, el sol, la espontaneidad…, pero me he acostumbrado. Incluso me he vuelto muy alemán en algunas cosas, en la puntualidad y el método.

¿Por qué cree que el ser humano contemporáneo vive angustiado, pese a que parece tenerlo todo?

Porque la vida moderna engendra en la persona una clase de tensiones nerviosas, de incertidumbre, de pánico y de miedo porque todo funcione. Mira los desequilibrios psíquicos o psicosomáticos, gran proporción de la gente padece de insomnio. La gente no duerme bien porque, aunque salga del trabajo, no puede romper del todo y está siempre conectada, siempre pendiente. Todo esto crea una tensión nerviosa que explica la gran cantidad de personas que tiene que acudir al psiquiatra.

Antes esto existía en mucha menor medida. El obrero tenia una vida jodida, pero cuando se metía en la cama dormía. La vida externa no tenía esta presencia constante que te obliga estar pendiente de todo. Todo esto ha creado estos desequilibrios que convierten a las personas en enfermos. Así es la vida moderna en las grandes urbes: salir a la calle, llegar a tiempo, el culto a la velocidad ¡La gente no tiene tiempo ni ganas para pasear! No hay convivencia, los padres ya no hablan casi con los niños. Leí hace poco una estadística de Estados Unidos, y los padres hablaban con sus hijos como cinco minutos al día. No hay familia, todo está influencia por el mundo externo y por la informática.

¿Cree que la verdad está perdiendo su valor?

La verdad se ha interpretado de mil maneras. Pero si consideramos la verdad en el sentido clásico, tal y como la veían Platón y los griegos, la verdad es el bien y nada más. Partiendo de este principio platónico de que la verdad es el bien en el sentido amplio de la palabra —la justicia, al equidad— vivimos en un mundo antiplatónico, un mundo de la mentira. ¿Cómo podemos hablar de verdad en un mundo en el que la injusticia en todo el globo es un hecho consumado?, ¿cómo podemos hablar de verdad si todo es una gran mentira?

¿Somos tan libres como nos gusta pensar?

Hay cada vez menos posibilidades de elegir por uno mismo lo que quieres ser y lo quieres hacer. El mundo te impone, ya empezando a nivel económico y laboral, ¿cómo vas a autodeterminarte si no tienes un trabajo fijo? No puedes crear una familia, o comprar un piso, ¿cómo se puede hablar de libertad en esas condiciones?

Luego está el anything goes, la libertad de las discotecas y los espectáculos públicos. La industria del entretenimiento funciona de maravilla. Los chavales pueden irse al centro y allí bailar, beber, gritar, ¿pero eso es libertad? Eso es un escape para compensar la tiranía de que es víctima el ciudadano medio durante la semana.

Usted dice que «la filosofía degenera en pedantería alejada de los problemas del hombre» y critica con mucha dureza la prosa artificial, enrevesada y retorcida, así como la filosofía puramente especulativa y a lo que llama «mandarines intelectuales». ¿Cuál piensa usted que es el mayor pecado de los intelectuales?

Alejarse de la realidad concreta y alejarse de a realidad de los sectores menos afortunados de la población, los que sufren hambre y sed de justicia.

Ha escrito que usted no se hizo escritor para lustrar las botas a los poderosos, ¿qué dificultades entraña esa actitud insumisa e independiente para un intelectual?

Los ataques o el silenciamiento de los medios. Te silencian o te atacan. En este sentido he tenido mucha suerte, sobre todo en Alemania. Pese a los ataques feroces que le dirigí, hubo un sector de los medios y de la cultura que me acogió con gran generosidad. En España, silencio, con la excepción de La Clave y alguna otra.

Una cosa que me interesa mucho de usted es que nunca fue a la universidad y su formación es totalmente autodidacta.

Yo era un chaval completamente normal. Me gustaba jugar al ping pong, al futbol, al ajedrez. De mozo no tenía inquietudes intelectuales. Mi padre, en los periodos que estaba libre, me daba algún libro y yo le escuchaba hablar de su vida. Empecé a pensar un poco en la casa de mis padres en la barriada de Pueblo Seco, que era un centro conspirativo. Allí venían los compañeros de CNT, se encerraban en un cuarto y yo me metía detrás de la puerta y oía sus discusiones. Ese fue mi bautismo de fuego de lo no cotidiano.

El momento decisivo fue cuando yo cometí alguna fechoría, le robaba dinero a mi padre, y cuando me sorprendió me castigó a estar un año en casa sin salir a la calle a jugar. Ahí empecé a leer y a pasear mucho por los parques, y vivíamos cerca del parque de Montjuïc, que fue el lugar donde yo empecé a pasear, a pensar, escribir y leer. Leía, hacía notas, subrayaba y empecé a ir a la biblioteca central en Barcelona, no a la de la universidad. Una biblioteca magnífica, con personal antiguo, servicio muy personal, que todavía no estaba mecanizado como están ahora las bibliotecas. Allí empecé a leer y me fui formando.

Mi padre me aconsejaba, no me imponía, que fuese a la universidad. Yo no quise. Tenía una espontánea e instintiva oposición a la universidad, no sé por qué. En la mili había lo que se llamaban los alférez provisionales, que eran universitarios que hacían el servicio militar, y no me caían bien en general. Los veía engolados, como de raza superior. Y una persona que se ponga de señorito a mí no me gusta nada.

La universidad la pisé por primera vez con un estudiante de mi edad, el hijo del jefe de los socialistas catalanes, Joan Cornudella, que eran catalanistas. Su padre y el mío habían estado en la cárcel juntos, pero mi padre no era catalanista. Entonces, la primera vez que pisé la universidad, que era en la que mi amigo estudiaba, fue de noche. Nos metíamos a hacer pintadas contra Franco en el patio interior y a distribuir octavillas en las aulas y bibliotecas.

Pero volvamos a tu pregunta. Debido a mis lecturas iba aprendiendo a escribir, aunque tiraba lo que escribía. La biblioteca central de Barcelona tenía una cafetería muy agradable, se podía fumar y había una señora que era como una madre para los chavales. Allí conocí a un grupo de chicos y chicas y estábamos de tertulia, porque después de dos horas leyendo tienes ganas de tomar un café, fumar y pasear por el patio. Un día, yo estaba leyendo El ser y el tiempo, de Heidegger, que me exaltaba mucho, y se me acercó un señor que no conocía, y me dice «soy el ayudante de cátedra de la facultad de filosofía de la universidad, ¿podría usted pronunciar una conferencia sobre Heidegger, que es el tema del que todos los días le oigo hablar aquí?». Y a los cuatro o cinco días entre en la universidad por primera vez como conferenciante, que la cosa tiene gracia. Luego, en el transcurso de mi vida he pisado universidades a tutiplén.

¿Y qué libros le han marcado más en su vida?

Camus es mi autor predilecto, en parte por su trasfondo biográfico de la infancia de pobreza en Argel. Pero el otro día me quedé sorprendido, porque una amiga alemana me trajo una biografía de Camus. Y en esta biografía he descubierto que el tío era un macho, en el peor sentido de la palabra. No apreciaba a las mujeres, no les daba importancia. Decía: «las mujeres son aburridas». Esto no me ha gustado, y me ha sorprendido. Yo, debido al recuerdo que tengo de mi madre y de lo que ella hizo y vivió, y del recuerdo que tengo de mi esposa Gisela, creo que la mujer es más humana del hombre, tiene más dotes humanas que el hombre y le presta más atención al otro. Yo tengo una adoración por la mujer, y me sorprendió que Camus tuviera ese desprecio.

Unamuno es mi autor predilecto en España. Admiro el ingenio de Ortega, su gracia, su ironía, ha escrito cosas buenas. Pero Unamuno es el sentimiento trágico de la vida, y esa es la dimensión de la que yo siempre me he ocupado y ha sido central en mi obra, la parte sombría de la vida humana. Me siento muy unamuniano. También tengo simpatía por Ganivet, pero el pobre se suicidó muy joven. Luego los clásicos, hay muchos a los que admiro. Con los alemanes soy muy crítico: no es casual que a los dos grandes ídolos filosóficos de Alemania, Hegel y Heidegger, les haya yo dedicado dos libros.

Pero decir qué libros me han influenciado y qué no…Ha sido una influencia múltiple, tampoco se puede decir este libro o el otro. Pero la influencia no parte del exterior, sino que surge de mí mismo. Es el instinto de rechazo a todo tipo de conducta vil, a toda injusticia, a todo acto inhumano y esto no lo he tenido que encontrar, lo llevaba dentro de mí. Esos autores no han hecho más que confirmar ese instinto que llevaba dentro.

Me llama mucho la atención la historia de su padre, Juan Saña. Nació en una familia rica de Sabadell, pero rompió con ella para entregarse a la militancia obrera y a una vida llena de problemas, detenciones y exilio. ¿Cómo era su padre?

Era muy autoritario, muy autoritario y tajante. Pero como estuvo mucho tiempo en la cárcel tuvo menos influencia sobre mí que mi madre, que era la que todos los días estaba con nosotros. Mi padre era un militante muy rígido, en todos los sentidos, y era autoritario en el sentido de que quería que fuésemos como él creía que debíamos ser. Alguna ostia nos pegaba, pero tampoco nada fuera de lo normal. Recuerdo más a mi madre. Mi padre me influyó en el plano mental, de las ideas. Mi padre tenía una memoria de elefante, y cuando venía gente a casa, contaba y yo me sabía su historia porque la contaba y hablaba de la conducción de presos, cuando los llevaban a una cárcel fuera de Barcelona, y luego cuando estuvo en la cárcel de Teruel, en la Modelo…

Cuando se fue al exilio a Francia en el treinta y nueve, esto es admirable, se enfrentó a los franceses con la misma contundencia y rigidez con la que se dirigía a los compañeros. Le movilizaron para ir a trabajar forzosamente a una presa hidráulica, porque trataban a los españoles como perros y los utilizaban como mano de obra y mi padre se negó. El ingeniero jefe lo amenazó con fusilarlo: «No sé cómo se atreve usted a esto, porque le mando al piquete de fusilamiento». Y mi padre le dijo: «Usted puede fusilarme, pero lo que no logrará es que yo mueva un dedo por un país que se ha portado tan cochinamente con nosotros». Así era mi padre, y yo te aseguro que hubiese ido al piquete de ejecución sin vacilar si pensase que su destino era ir al piquete para defender su postura. Un Quijote a su manera.

Su padre y Juan Peiró salvaron en Mataró a diecisiete monjas de un convento de clausura que estaba en la calle de la Coma

La represión contras las pobres monjas y los pobres curas es una de las cosas que me han repelido y me indignan, como me indigna utilizar la fuerza para oprimir o matar a los débiles. Eran diecisiete monjas de un convento de clausura enfrente de donde nosotros vivíamos, en la calle de la Coma de Mataró, y allí salió mi padre para decir «aquí, nada». Salvó también a burgueses que él conocía personalmente por haber trabajado en sus fábricas. Salvó a mucha gente mi padre, y esa gente fue la que cuando regresó del exilio a escondidas en el cuarenta, escapándose de los nazis, fue a declarar a su favor y por eso no le pasó nada. Le detuvieron pero nada más. Mi padre era conocido en la policía porque actuaba desde los diecisiete años, y un día que salió con mi madre le vieron y debieron decir «Saña está aquí». Le metieron en el parque de Montjuïc, porque la Modelo estaba abarrotada, y allí la gente fue a declarar a favor suyo. Le detuvieron un año, que en aquella época detenerte un año era una bendición, porque la represión era feroz, de penas de cárcel y fusilamientos.

¿Y usted heredó de su padre esa pasión militante?

No tenía ni esa fuerza ni esa vocación. Milité un poco por instinto gregario, que lo asumí por estar con mi padre, pero nunca sentí esa vocación. La prueba es que yo, a partir de un momento determinado, me di cuenta de que la política y la militancia activa no eran lo mío. Me di cuenta de que yo era un hombre más bien contemplativo. Milité una época en la clandestinidad, que fue mi época de juventud, de hablar y discutir, pero yo sabía la situación porque mi padre me lo decía. La CNT en la clandestinidad tenía confidentes por todas partes. Después del encuentro con Facerías ya dije: «No, ¿cómo vas a actuar en las filas de un movimiento de capa caída, en una dictadura y con confidentes en todas partes?». Tuve la suerte de que no me pasó nada, nunca fui detenido, y menos mal. No tenía esa vocación profunda, y no tengo ningún mérito en comparación a los sacrificios de mi padre de haber estado en la cárcel y haber continuado pese a todo. Pero yo no tengo un temple heroico.

Le tocó muy de cerca el mayo del 68, del que acaban de cumplirse 50 años

A Cohn Bendit lo conocí. Terminó de eurodiputado y de consejero de Macron, ¿qué puedo decirte? Él era amigo de Oskar Fischer, que fue Ministro de Exteriores alemán y colaboraba en El País. Pues ese Fischer era el chófer de Cohn Bendit, y los dos trabajaban en una librería de Frankfurt, que está a 25 kilómetros de la ciudad donde yo vivo. Yo no conocía de nada a los pájaros estos. Cohn Bendit me llamó por teléfono, no sé por qué me conocía, para verme y hablar conmigo. Él editaba en Frankfurt un periódico con el Fischer, y tenía en la mente el proyecto de revolucionar, de movilizar la fuerza de trabajo de los extranjeros que entonces trabajaban masivamente en Alemania. Quería tener una reunión con los obreros españoles que trabajaban en la Opel. Una de las factorías Opel está cerca de donde yo vivo, y un día fui con ellos para hacer de intérprete con los chicos. En la Opel trabajaban tres mil españoles, y yo conocía a uno de ellos que había militado con los comunistas y se había independizado, pero representaba a la plantilla de españoles que había allí. Pues yo me fui con Cohn Bendit a la Opel y él soltó el rollo para movilizarlos, y entonces los obreros le contestaron: «Daniel, se nota que tú nunca has pisado una fábrica. Si nosotros montásemos aquí alguna conspiración o algo, aquí tenemos una policía secreta que sabe perfectamente nuestras andanzas, o sea que olvídate». Fue un fracaso.

¿Cómo valora lo que pasó entonces y qué queda de todo aquello, repercusiones culturales?

Fue una respuesta de la juventud un poco privilegiada, de niños de casa bien y estudiantes. No fueron los obreros: fueron ellos, los que no eran mano de obra clásica. Fue algo muy bonito, había muchas corrientes, estaba bien lo que exigían. Había gente muy interesante, el Rudi Dutschke por ejemplo, era un gran tío con unas ideas estupendas. Yo escribí en la revista Índice un ensayo sobre Cohn Bendit y Dutschke.

Era un movimiento simpático, estaba contra el régimen, pero luego degeneró y salió el terrorismo en todos los países: Italia, Alemania… Aquello quedó en agua de borrajas porque faltaba la clase obrera. Eran un poco señoritos y yo pensaba: «Pero vosotros, ¿qué ideas tenéis de la vida?, ¿o sois unos niñatos que no sabéis nada?». Todo empezó en América, en Berkeley con la rebelión antiautoritaria, pero fue hundiéndose porque no había un apoyo masivo de la sociedad, estaban un poco al margen de la vida real y colectiva, del trabajo y de la vida política.

Aquello fue desinflándose y atentaron contra el pobre Dutschke. No le mataron, pero quedó completamente inválido y perdió las facultades mentales. Fue muy trágico. En Berlín le ametrallaron. Dutschke era un tío más puro y más auténtico que Cohn Bendit.

Ha escrito que el gran problema de la vida no es la muerte o encontrarle un sentido a la existencia, sino vencer al miedo, ¿en qué medida cree haberlo conseguido?

No lo sé, pero he insistido. El miedo pertenece intrínsecamente a la vida humana. Siempre tenemos un motivo para tener miedo. Hoy en día salir a la calle y tener el miedo de que un coche te atropelle, a coger una enfermedad, a que un ser querido enferme o muera. Potencialmente, vivir es estar siempre pendiente de cosas que pueden ser negativas. Ahora, este miedo es inconsciente y normalmente no vives con el miedo hasta que llegan situaciones extremas o peligrosas y adquieres que hay situaciones límites que pueden perjudicarte.

A mí un tipo que me diga que no tiene miedo le escupo en la cara, por farsante. El miedo pertenece a la vida porque el mundo está lleno de peligros y amenazas, y más el mundo que vivimos ahora. En los tiempos de guerra yo aprendí a tener miedo cuando era chaval, con seis o siete años, cuando Barcelona era bombardeada por la aviación alemana e italiana. Recuerdo las sirenas de alarma: «¡Atención, barceloneses! Peligro de bombardeo». Yo de niño tuve miedo, porque las bombas caían cerca y temblaban las paredes del piso. Aprendí a saber lo que era el miedo continuo.

El miedo es como comer y dormir, forma parte de nuestro instinto de conservación. Tenemos que aprender a combatirlo y afrontar con serenidad estos accesos de miedo. Es un problema también del azar, ¿cómo no van a tener miedo las personas que viven en condiciones infrahumanas?, ¿los millones de seres que tienen que abandonar su tierra natal, las mujeres que viven con un marido que les pega? Todo esto lo ignoramos porque no sale a la luz pública y porque se cultiva el macho, el superhombre que no tiene miedo. Esto es una imagen equívoca, no creo que sea un cobarde quien tenga miedo. Yo reconozco y admito que el miedo forma parte intrínseca de mi vida.

Siempre ha mantenido una postura escéptica o agnóstica respecto a la religión pero, ¿es cierto eso de que cuando uno se aproxima a la muerte cambia su percepción de lo trascendental?

Yo respecto a la muerte lo tengo claro. La muerte es el fin de la vida, y no pasa nada. He tenido la suerte de haber sido amigo de cristianos auténticos como Julián Gómez del Castillo, con quien tuve una larga y fraternal amistad. Normalmente pienso en la muerte, pero no tengo ningún miedo. Tengo miedo de esa fase de acercamiento a la hora final, de no tener fuerzas elementales para poder afrontar esa situación límite con entereza y sin grandes traumas. Te contaba que cerca de casa hay una residencia de ancianos y yo veo a los ancianos. Hay una cafetería y a veces voy allí porque conozco a mucha gente. Yo tengo miedo de que me ocurra lo que veo con muchos de ellos: que pierden la memoria, están depresivos, no hablan, van con sillas de ruedas, que no pueden valerse por sí mismos. Es de lo único que tengo miedo, no de la muerte.

Comparteix