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Sindicalismo de clase, preferente

Sindicalismo de clase, preferente

Antonio Pérez Collado, CGT PV

Hasta no hace tanto, cuando se pretendía resaltar el distanciamiento progresivo o la repentina altivez de algún conocido, un dicho popular aseguraba aquello de siempre ha habido clases. Llegados al siglo XXI parece que las clases no han desaparecido en la práctica; otra cosa es que la clase trabajadora ya no tenga conciencia de serlo y sufrirlo y que las clases altas hayan prescindido de los antiguos símbolos de su buena posición económica y social (títulos nobiliarios, escudos de armas, puestas de largo, etcétera).

Los grandes medios de comunicación han ayudado lo suyo a este desclasamiento del clásico proletariado. Arrinconadas quedaron en el vocabulario profesional del periodismo no solo la misma lucha de clases, sino expresiones como explotación, plusvalía, organizaciones obreras, huelga, despidos, capitalismo, etc.  Ahora resultan más políticamente correctos eufemismos como diálogo social, conflicto, ajuste de plantilla, agentes sociales, recursos humanos y cosas así de ambiguas. El sumun de esa práctica blanqueadora lo podría representar la pretensión de incluir en la denominación clase media (también en una novedosa “clase media trabajadora”) al conjunto de los asalariados, incluso de los que disfrutan de un salario que no les permite llegar a fin de mes.

Pero no solo desde el poder y sus voceros se desarrolla esta práctica uniformadora interclasista, sino que también las organizaciones políticas y sindicales (especial y lamentablemente estas últimas) se han habituado a usar un lenguaje aséptico, donde explotadores y explotados, ricos y pobres, parecen más una cuestión de suerte individual que el reflejo fiel de la injusta distribución de la riqueza y de la posición ocupada en el proceso productivo.

No debe sorprendernos, a estas alturas, que lo que hasta finales del siglo pasado era conocido por organizaciones obreras o sindicatos de clase se etiquete hoy preferentemente como agentes sociales. Podría alegarse que si los frutos del citado diálogo social son tan favorables para los trabajadores como lo fueron en su momento las luchas del movimiento sindical el cambio del lenguaje tiene poca importancia. Pero la gravedad del asunto es, precisamente, que la pérdida de combatividad ha ido paralela al proceso de descafeinado de los objetivos y propuestas del sindicalismo mayoritario. En las últimas décadas no solo no se han logrado avances significativos en los derechos laborales o en las retribuciones económicas, sino que se han ido cediendo en ese conciliador diálogo social las principales conquistas de las generaciones obreras precedentes (no parece necesario hacer una lista de esas renuncias porque cualquier trabajador de cierta edad lo ha experimentado en sus propias y castigadas carnes.

Lo de “los mayoritarios”, usado intencionada y machaconamente, es otra maniobra para silenciar al conjunto del sindicalismo alternativo, que aun teniendo menos representantes electos, en determinados sectores y territorios sí que cuenta con una fuerte y creciente implantación. Pero como lo que no se nombra es como si no existiese, ya se cuidan los medios convencionales de ningunear a esos sindicatos (CGT, LAB, CNT, SO, CIG, Intersindical, SOC, etc.) dando todo el protagonismo a los dos grandes aparatos, aunque en muchos conflictos y campañas su presencia y activismo sea poco reseñable.

No parece casual ni sorprendente que gobiernos y patronal mimen a estos dos sindicatos mayoritarios con todo tipo de ventajas para su actuación en las empresas, con suculentas subvenciones desde todas de administraciones y mediante felicitaciones públicas a sus dirigentes por lo bien que entienden las dificultades que, a pesar de los muchos beneficios, atraviesan los grupos empresariales.

Antonio Pérez Collado

CGT-PV

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